06 abril 2014

FICHA 8: Sol y su hermano. Ciudad arriba: El Tibidabo

Textos complementarios

Barcelona desde el Tibidabo, a principios del siglo XX

1. Àngel Guimerà (1845-1924): Al Tibidabo

Al darrera Montserrat
al davant la mar pregona...
Ai Tibidabo estimat,
miranda de Barcelona!
Tens de dia les abelles
a sota teu treballant:
de nit s'han tornat estrelles
que van per ton cel rodant.

I t'embauma la ginesta
i ajunten sos cants les aus
als bronzes tocant a festa
i al cornejar de les naus!

Oh Tibidabo estimat!...
Déu te dó la vida bona
amb aires de llibertat,
miranda de Barcelona

2. Juan Marsé: Historia de detectives (1987)

En los días luminosos y en la zona alta de la ciudad, desde esta calle que se encabrita en la colina como si quisiera mirarse en el Mediterráneo, la vista alcanza muy lejos mar adentro y el corazón se engaña: el barrio dormita al sol y es una atalaya sobre un sueño que no acaba de discurrir. (…)
Pero en los días grises, la mirada se enreda en el zarzal de neblinas y humos rasantes que atufan el laberinto de Horta y La Salud, y no consigue ir más allá. La ciudad se aplasta, remota y gris, como una charca enfangada, un agua muerta.
Juan Marsé (1987): Historia de detectives, en Teniente Bravo. Mondadori de bolsillo: Barcelona. Pág.15.           

3. Carmen Laforet: Nada (1944)

Fuimos hacia Miramar y nos acodamos en la terraza del Restaurante para ver el Mediterráneo, que en el crepúsculo tenía reflejos de color de vino. El gran puerto parecía pequeño bajo nuestras miradas, que lo abarcaban a vista de pájaro. En las dársenas salían a la superficie los esqueletos oxidados de los buques hundidos en la guerra. A nuestra derecha yo adivinaba los cipreses del Cementerio del Sudoeste y casi el olor de melancolía frente al horizonte abierto del mar.
Cerca de nosotros, en las mesitas de la terraza, merendaban algunas personas. El paseo y el aire salinos habían despertado aquella cavernosa sensación de hambre que tenía siempre adormecida. Además estaba cansada. Contemplé las mesas y las apetitosas meriendas con ojos ávidos. Gerardo siguió la  dirección de  mi mirada y dijo con tono despectivo, como si el contestarle afirmativamente fuese una barbaridad:
- Tú no querrás tomar nada, ¿verdad?
Y me cogió del brazo, arrastrándome fuera del lugar peligroso, con el pretexto de enseñarme otra vista espléndida. En aquel momento, él me pareció aborrecible.
Un poco después, de espaldas al mar, veíamos toda la ciudad imponente debajo de nosotros.
Carmen Laforet (2006, 1ªed: 1944): Nada, Barcelona: Austral, pág.  178. 

4. Loquillo y los Trogloditas: Cadillac solitario (1983)

LOQUILLO (1960) Y LOS TROGOLITAS: Cadillac solitario.Del disco El ritmo de garaje (1983)
Siempre quise ir a L.A.
dejar un día esta ciudad.
Cruzar el mar en tu compañía.
Pero ya hace tiempo que me has dejado,
y probablemente me habrás olvidado.
No sé qué aventuras correré sin ti.
Y ahora estoy aquí sentado
en un viejo Cadillac de segunda mano
junto al Mervellé, a mis pies mi ciudad
y hace un momento que me ha dejado,
aquí en la ladera del Tibidabo,
la última rubia que vino a proba
el asiento de atrás.
Quizás el "martini" me ha hecho recordar
nena, ¿por qué no volviste a llamar?
Creí que podía olvidarte sin más
y aún a ratos, ya ves.
Y al irse la rubia me he sentido extraño,
me he quedado solo, fumando un cigarro,
quizás he pensado, nostalgia de ti
y desde esta curva donde estoy parado
me he sorprendido mirando a tu barrio,
me han atrapado luces de ciudad.
El amanecer me sorprenderá
dormido, borracho en el Cadillac,
junto a las palmeras luce solitario
y dice la gente que ahora eres formal
y yo aquí borracho en el Cadillac
bajo las palmeras luce solitario.
Y no estás tú, nena.

Tibidabo